Fue a raíz de aquella vez hace tres años, que encendí mi computador personal con Windows 10 y mientras cargaba fui al baño a despabilarme. Cuando volví no había cargado el Sistema, y había un horripilante letrero que decía “Reparando unidad D: y mostraba un porcentaje”. Entré en pánico porque era la unidad de mis Documentos. Entonces esperé que terminara porque es peor interrumpir esas tareas que se ejecutan en el peor momento. Al terminar, la Unidad D: apareció sin errores, pero también apareció sin NINGÚN archivo, ni carpetas, ni archivos ocultos del Sistema. Todo un año de trabajo perdido sin ningún motivo. Le ejecuté cuanto software de recuperación encontré, pero todo era en vano. Incluso contacté al servicio técnico de Micro$oft y la respuesta fue tan absurda como ofensiva, me recomendaron actualizarme a Windows 11. Esa fue su “sabia” solución. Al final recurrí a una imagen para grabar en una memoria USB con un Linux Portable de Recuperación de datos y logré darme cuenta como el programa de Chequeo de Discos me había reescrito la Tabla de Partición del Disco y prácticamente no podía recuperar nada de nada. Después de leer mucho por Internet, me enteré que esa multinacional de las ventanas con estrella Swastika en su logo, viene realizando esa práctica desde la época en que destruían los disquetes para que la gente no los volviera a utilizar nunca más. Me estaban obligando a pasarme a Windows 11 si quería que tuvieran seguridad mis datos. Estuve a punto de caer en la trampa, pero cuando me di cuenta que en el proceso de instalación encriptaba mis discos sin pedirme permiso, decidí no volver a usar ese Sistema Operativo.
El gran problema que siempre existe, es que ese Sistema Operativo es una mafia que me tenía atado a su uso por el Hardware de utilizo de edición de video y de audio. Las tarjetas que utilizo solo funcionan con Software para Windows. Entonces la transición se hizo gradualmente. Utilicé la mitad del disco para Linux y la otra mitad para Windows.
Mi primer opción fue Fedora Project. Escogí Fedora después de ensayar varias versiones “Live” y fue la que aceptó sin problemas mi Hardware, además porque es hijo del primer Linux que tuve hace muchos años que fue Linux Mandrake 7. Lo usé sin problemas por casi un año hasta que en una actualización tuve problemas por haber metido tantos repositorios, entraron en conflicto y se echó a perder, más que todo por mi poca experiencia manejándolos. Sin embargo, aún tenía esa partición inutilizada con Windows que no borraba por aquello del software que seguía usando por el trabajo.
Entonces, gracias al consejo de una buena amiga, conocí OpenSUSE Leap. Ya conocía OpenSUSE 10 porque era el que tenían instalado en un oficina y me acostumbré a usarlo. Seguía teniendo problemas con los controladores, entonces dejé solo un 20% del disco para Windows y trabajé ocho meses con openSUSE Leap 14. Pero un día viendo por accidente un Streamer ruso que estaba jugando Dota 2 en Linux, utilizando Lutris y modificando Wine (le corría muy bien), que me dije a mi mismo: “Cómo me voy a quedar varado solo porque un controlador no me funciona de forma nativa en Linux, y haciendo pruebas y dedicando dos semanas de mi vida, logre poner a funcionar el Hardware que tengo, editando e instalando librerías de Wine y el Hardware más complicado logré “puentearlo” sencillamente con Oracle Virtualbox. Ahora, ya no es necesario reiniciar el equipo para usar el Software de Windows para desperdiciarlo utilizando una sola cosa, sino que ahora lo virtualizo. Lo que me es más impresionante es que el equipo es mucho más estable y eficiente con Linux de lo que era utilizando Windows.
Cada día disfruto más de las cosas que hago con mi viejo equipo y si algún día cambio de equipo de computación, lo primero que haré, será instalarle la más reciente versión de Linux, en mi caso openSUSE Tumbleweed o la que salga ese año.