Durante muchos años ofrecía un servicio basado en Internet. Era bueno porque yo conozco del tema y se qué dificultades se pueden presentar. Empecé como todos, con más preguntas que conocimientos, y cometí muchos errores. Pero tuve la fortuna que en esa época mis clientes fueron comprensivos. Excepto los que vivían en el mismo pueblo que vivo. Los clientes extranjeros solían preguntarme qué inconveniente se me había presentado e incluso intervenían para solucionarlo. Pero los clientes criollos no, cuando había un inconveniente, recordaban las clausulas de incumplimiento y amenazaban con cualquier cosa. Una triste anécdota fue un cliente que quería ver el resultado final dos meses antes del plazo de entrega, y fue hasta donde mi padre para ponerle la queja. No contento con eso, compartió su preocupación con todos sus contactos en redes sociales. La mala imagen generada fue tal que me costó volver a ganar confianza en la clientela local. Pero no me importaba porque los extranjeros eran mi nicho prioritario.
Así fue pasando el tiempo, y la situación económica empeoró para todos y la mayoría de mis clientes con algo de vergüenza se retiraban, pero nunca les reproché, pues era consciente de la situación. Incluso cuando sabía que habían encontrado a alguien que regalaba el mismo trabajo que hacía yo y hasta era de mejor calidad. Ya sabía que estaba condenado a un posible fracaso y debía buscar alternativas para que la caída no fuera tan dolorosa. Pero la terquedad, el tiempo y dinero invertido me mantenían en un trabajo que se dirigía al colapso. Hasta que ella apareció.
Ella es una señora elegante, casada con un prestante empresario y madre de una niña muy bien educada de 5 años. Alguien me había referenciado para que le hiciera un trabajo que se veía sencillo y aunque tenía unos puntos complicados, se podían resolver. Entonces acepté más por ayudarla que otra cosa porque sabía que la mayoría del trabajo dependía de ella, yo solo la estaba asesorando. Pan comido.
El problema comenzó cuando de repente, el trabajo tomó otro curso , pero no era algo que alterara el contrato pactado. Entonces ella se empezó a desesperar, a llamar a altas horas de la madrugada o muy temprano en la mañana para preguntar cómo iban las cosas, a lo que tenía que tranquilizarla explicándole todo el proceso que se estaba llevando. En los momentos que era importante su participación, se excusaba con su hija, que no tenía quién la cuidara o como me dijo en más de una ocasión, el jefe no le había dado permiso de salir. Es bastante molesto para mi que le hagan perder tiempo a uno, pero me lo aguantaba. Así fueron pasando los días, y algo que se terminaba en un mes, se extendió por medio año, entre cambios de diseño, cambios de contenido y hasta cambios de tecnología a usar, y aunque me lo pagaban, sentía que era muy poco para todo lo que me tocaba reconstruir en mi cabeza y en el papel. Estaba cansado. Pero me cansaba más cuando ella utilizaba el tiempo de reunión para contarme toda su vida, sus problemas de dinero y sus caprichos que cumplía con su tarjeta de crédito. Se volvió obsesiva y desequilibrada. Cuando le expliqué todo un proceso de 14 items para poder terminar de una vez por todas el proyecto, salió con una de las cosas más ofensivas que me han dicho en la vida: “Consultemos a Gemini, para ver qué vamos a hacer”. Qué vamos a hacer? Pero si ya le había explicado qué había que hacer. Consultó la “Inteligencia Artificial” esa y le recomendó comprar una cantidad inútil de software que por la experiencia sabía que no iba a servir para el proyecto, le hice conocer mi inconformidad y ella solo dijo que debería recapacitar y como siempre lo dejó para después. Yo estaba que echaba chispas.
Entonces me llegó del cielo el trabajo más repetitivo y extenuante que me habían ofrecido. Era algo tan monótono que quien me lo ofreció, como disculpándose me dijo “pero no, si no quieres no importa”, pero al contrario, estaba tan contento de poder hacer algo que no me haga pensar de manera abstracta y que me desgaste mentalmente que acepté sin chistar. Ni siquiera vi cuánto me iban a pagar. Solo quería alejarme de quemarme las pestañas en vano.
Ya tenía una excusa valida para dejar de trabajar con ella. Le expliqué que me había ocupado y no iba a tener más tiempo para su proyecto, entonces le dí un ultimátum. Le dije que solo teníamos el día jueves y el fin de semana para que entre los dos termináramos todo, a lo que ella accedió. Así arreglé todo para que nadie nos interrumpiera, cancelé todo. Estaba dispuesto a cerrar este capítulo de mi vida. Y llegó el día… y ella no llegó. Al final del día me mandó un mensaje de texto diciendo que el jefe no la dejó salir. Yo tuve tiempo para reflexionar, tiempo que se extendió al fin de semana. El día lunes, quise mandarle un mensaje para preguntarle qué había pasado pues estaba preocupado, y cuando abrí su perfil, vi varias fotografías de ella con su marido y su hija bañando en las playas del Caribe, fotos de ella tomando champaña y feliz, bailando en una famosa discoteca. En ese momento puse la mente en blanco y mirando el firmamento, entendí ese viejo dicho que reza “no hay mal que por bien no venga”. Mis pensamientos fueron interrumpidos por una llamada. Si, era ella. Me preguntó “si leíste el mensaje que te mandé?” e hice como si no hubiera pasado nada, solo le recordé que estaba dedicado a mi nuevo contrato. A ella como cosa rara no le importó. Entonces le dije lo que quería decirle hace mucho tiempo: “No tengo tiempo para tu proyecto” y le pasé un escrito con las instrucciones de lo que tenía que hacer para terminarlo. No lo leyó. Solo rogaba con acento chillón y ofreció más dinero. No conté las veces que dije la palabra NO pero fueron muchas. Tocó decirle que estaba atrasado en el trabajo y se fue muy ofendida. Pero ya descansé de ella. Bueno no.
Se aparecía de improviso en los horarios más inoportunos, preguntando cosas que estaban en el papelito que le dí. Aún así, volvía a preguntar y yo como buen tonto, volvía a explicarle. No soportaba eso, entonces le pedí a un amigo que me prestara su estudio de sonido para terminar el proyecto monótono y con gusto accedió, había encontrado un lugar pacífico. Apagué el teléfono y aveces lo dejaba allí sin carga. Estaba tan entusiasmado que una vez terminé a las 6 de la mañana. Fui a casa a descansar y a poner a cargar el teléfono.
A las dos de la tarde, me despertó el golpear con mucha fuerza la puerta principal, a lo que me asomé asustado, pensando lo peor. Cuando abro la puerta, aún con lagañas en los ojos, veo al marido de la señora, se hizo al lado mío con los brazos tensos y empuñando con fuerza las manos, como si me fuera a dar un golpe, y con la mirada me señalaba su vehículo; del carro se baja ella preguntando que por qué no le contestaba, le dije “acabo de levantarme” y ella de forma sarcástica dijo “huy que buena vida”. Me asomo al teléfono y tenía 27 llamadas perdidas. “Ya lo terminaste?” me preguntó. “Que qué?” le dije yo. Estaba que le pegaba al marido que no dejaba de fruncir el ceño. “Ya le dije que no tengo tiempo, mire sabe qué? Voy a llevarla donde alguien que le pueda ayudar.” y me la llevé, yo aún en chanclas, a una oficina de desarrollo de software empresarial, le expliqué a un ingeniero el proyecto y él accedió a realizarlo. Los dejé para que se pusieran de acuerdo y me fui de allí muy ofendido.
En el trascurso del viaje a mi casa, aproveché para bloquearla de todos mis contactos y su número de teléfono. todo esto dio pie para hacer lo que debí haber hecho hace mucho rato. Renuncié.
Renuncié a mi trabajo esclavizador que no me aportaba nada. Ya entiendo el dicho religioso que dice “renuncio a Satanás”. Por fin lo entiendo. Renunciar a Satanás es alejarse a todo lo que te separa de Dios, y en este caso ese trabajo extenuante, mal pago, exigente, mutante, es todo lo que me aleja de Dios, de mi felicidad, de mi integridad como persona. Ese tipo de trabajos son los que al igual que a las prostitutas, exprimen todas tus energías para dárselas a demonios corporativos que se aprovechan de la complicada forma de vida que nos ha impuesto el sistema en el que vivimos.
Renunciar es el primer paso al verdadero cambio. Siempre viví engañado, que todo lo que sueñas es lo que consigues. No. No es mi sueño. Es el sueño de otros y me engañaron para que creyera que era mío.
Va a ser complicado. Tanto, que en otras palabras, hay que comenzar de cero. Pero lo prefiero. Esto es solo el comienzo.